mayo 02, 2005

Sin tanta pompa ni platillos, me presento

Quelonio, del griego khéloné, tortuga. Se entiende a esta palabra como el nombre científico de la familia de las tortugas, que según el prestigioso Diccionario Enciclopédico Ilustrado Sapiens, “aplicase a los reptiles que tienen el cuerpo protegido por un caparazón duro que les cubre la espalda y el pecho…

Bien, a pesar de algunas minúsculas diferencias, esto que acaban de leer soy yo. Un parsimonioso animal en peligro de extinción, que no tuvo mejor idea que involucrarse con esta irrealidad digital para contarles las dichas y desdichas de la vida de una tortuga hogareña, urbana, melancólica y quejosa. ¿A quién le puede interesar la vida de una tortuga?, yo me pregunté lo mismo. Es por esto que obligatoriamente debo explicar el por qué quiero contar mi realidad desde mi punto de vista de mascota.
Como ya se habrán dado cuenta, no soy un quelonio cualquiera; claro, un quelonio que escribe ya es raro. En fin, la cuestión que me hace tan particular, es que a diferencia de mis colegas reptiles con caparazón, soy un quelonio amaestrado. No, no hago piruetas ni rapeo como las tortugas ninja; sólo estoy amaestrado, digamos, por la mismísima realidad.

Ésta vieja, y no tan buena amiga en ocasiones, con algo de divinidad, arte y astucia, ha hecho de mí un quelonio parlanchín que cada tanto dicta, a un bien predispuesto y paciente amigo, las líneas que actualmente recorren y recorrerán de aquí en más.

Redondeando, mi razón de ser hoy es contarles las vicisitudes de una tortuga cansada de la lechuga y la eterna noche invernal, que poco a poco aprendió a despegarse del dulce refugio de su caparazón, para sentir en carne viva la tropilla de acontecimientos de todo tipo que nos azotan día a día, haciéndonos la vida un poco más difícil, pero mucho más divertida.

Hasta pronto amigos, espero contar con ustedes.